Abanico

 

Desde tiempos inmemoriales, el abanico, además de su utilidad y sentido práctico elemental, refrescarse, fue adquiriendo un alto valor simbólico tanto en el mundo de lo sagrado como en el de la comunicación. Los antiguos penachos, miosobas, psigmas, muscarios y flabelos, dieron paso a abanicos de bolsillo y de salón, de casa y de jardín, de paseo y de vestir, de bodas y de entierros, de toros y de campo. Algunos servían de máscara; otros, hechos de espejuelos, permitían ver sin ser visto. Incluso la casa Kimmel, de Londres, inventó el abanico que, impregnado de perfume, al ser usado despedía una agradable fragancia. En su tiempo, aquí en España, la cárcel modelo de Madrid, por su forma sectorial, fue llamada El Abanico. Y sabido es que Luisa Ulrick, reina de Suecia, en el 1774 instituyó la Real Orden del Abanico para damas de su corte, si bien permitió que algunos caballeros entraran en dicha Orden.

En el mundo oriental, el abanico tuvo y sigue teniendo un sentido espiritual. En Asia y en África es símbolo real. Para los hindúes, que con su abanico atizaban el fuego de los sacrificios, era un elemento ritual imprescindible. Los taoístas lo relacionan con los pájaros, dándole el sentido de un viaje a la inmortalidad. A los condenados a muerte se les solía dar un abanico, posiblemente como signo de acceso a la eternidad. Los hombres espirituales que habían alcanzado la perfección solían llevar abanicos; y, según textos legendarios, algunos de esos hombres se convertían en vendedores de abanicos dando a entender que explicaban los misterios divinos. A veces, se le concede al abanico un sentido protector: situándolo delante del rostro, éste queda protegido de influencias malignas. Los incas del Perú los ofrecían a los dioses.

En Occidente, el abanico ha formado parte de muchos rituales litúrgicos, como puede leerse en las Constituciones Apostólicas (VIII,12: ripis), o en las liturgias de san Basilio Magno o de san Juan Crisóstomo, o en las reglas de san Benigno de Dijon o en el ceremonial de la Orden de Predicadores.

En el mundo de los sueños, el abanico figura como símbolo aéreo, unido al silencio como lenguaje. Así, encontrar un abanico significa orgullo herido y pernicioso; perderlo, augurio de desdichas; abanicarse, juego amoroso; agitarlo con nerviosismo, sentido pasional; sostenerlo abierto y sin usar, sinceridad.

El abanico fue usado para crear, según su posición, todos los signos del alfabeto, y, usado magistralmente, ser todo un lenguaje que recibió el nombre de campilología (campilo: cayado o báculo) como medio más disimulado que la dactilología (lenguaje por medio de los dedos).

El abanico fue usado como lenguaje abreviado, taquigráfico, como medio de comunicación secreta, principalmente amorosa: apoyar los labios sobre los padrones del abanico significaba desconfianza; quitarse con el abanico los cabellos de la frente, no me olvides; abanicarse despacio, indiferencia; pasar el índice por las varillas, tenemos que hablar; salir al balcón abanicándose, salgo pronto; entrar cerrándolo, no salgo hoy; abanicarse con la mano izquierda, no coquetees. Había un cantar popular: «Con su capa el torero / maneja al bicho / y la mujer al hombre / con su abanico».

Hoy, cuando el abanico está siendo arrinconado —hasta que alguna moda lo vuelva a recuperar—, al menos debería quedar en la memoria que al abanico, dejando de ser útil, nadie puede quitarle el alto valor simbólico de realeza e inmortalidad, así como el haber sido talismán de fascinaciones amorosas, aleteos llenos de encanto y seducción, y silencioso lenguaje entendido sólo por espíritus atentos.

 

© León Deneb