2. ÁRBOLES Y ARBUSTOS

 

Abedul

 

El abedul es la dama de los bosques por su corteza blanca y su fino ramaje péndulo. Su copa es redondeada, de hojas simples caedizas y colgantes, de poca sombra. Sus frutos son piñitas o estróbilos rojizos. El abedul se da en zonas altas; la naturaleza de su suelo basta con que sea ligero, húmedo, sustancioso. Requiere luz y responde con robustez. Crece rápido y sus años de vida rondan el centenar. Su madera, muy combustible, es blanca, si bien se oxida al envejecer, y es usada en ebanistería. Su savia es rica en azúcar; fermentada, se convierte en bebida alcohólica agradable. Hay numerosas variedades. Pero aquí nos interesa su aspecto simbólico.

El abedul es tenido como árbol sagrado, eje del mundo, empleado en ritos chamánicos para buscar la unión entre cielo y tierra. Del cielo desciende la fuerza y la energía que permiten al espíritu del hombre ascender a la sublime altura de lo divino; así entre los siberianos. Simboliza la primavera, la regeneración. En el mundo céltico era empleado en los ritos funerarios. Según antiguas creencias, era el árbol tutelar de la vida humana. Es el árbol por excelencia de la mitología nórdica, como para el mundo árabe lo puede ser la palmera o para el grecolatino la encina. Para los rusos, por ejemplo, el abedul da la luz al mundo (con sus ramas hacen antorchas), ahoga los gritos (de él sacaban el alquitrán), cura enfermedades (extraían una reconfortante infusión de sus yemas) y limpia (se dice que solían usar ramitas de abedul para golpearse en los baños y provocar sudor). Sus propiedades medicinales se aplican sobre todo a la piel. El abedul está consagrado al dios Thunar representando el retorno de la primavera; y para los pueblos eslavos aún sigue siendo símbolo de la patria.

En el mundo de los sueños, el tronco recto del abedul representa la virtud y es indicio de algo importante que va a suceder; el tronco torcido es el alma oscura (se dice que atraía a las brujas): un mal presagio.

 

Abeto

 

El abeto —y dentro de sus muchas variedades, en especial el blanco o pinabete— aúna la majestuosidad vertical de una catedral gótica con su copa piramidal, cuyas hojas verdes, oscuras por su haz y plateadas por el envés, son un asombro de elegancia. Su madera, tan estimada para hacer robustas vigas, ha contribuido a su casi desaparición. Pero el abeto no quiere morir sin un último gesto de generosidad: destilando de sus hojas y madera ofrece el aceite de Trementina tan usado para torceduras y contusiones del hombre, su depredador.

El abeto pertenece propiamente al Norte, como el pino lo hace al Sur. Su altura es símbolo de la inmortalidad en la que la vida no tiene fin. Son muchas las costumbres de países como Alemania, Dinamarca, Rusia o Suecia, que hablan de la veneración del hombre por el abeto, vinculándolo a la vida, por su fecundidad; y a los genios invisibles del bosque, por su misterio.

En el mundo de los sueños, su simbolismo aparece como indicio de la ascensión del hombre hacia la perfección, a veces bajo la forma de triunfo y éxito; otras, como privilegio. Como sucede con todos los árboles que aparecen en sueños, si está talado o roto es indicio de algo negativo. Si a su presencia se le une la del sol o la luna, entonces la fortuna no abandonará a quien cree que los sueños, sueños no son.

 

Acacia

 

Aun cuando haya bastantes variedades, las más conocidas son las llamadas simplemente acacia y falsa acacia. La acacia es llamada también «de leño negro», y la falsa acacia es conocida como «de flor, de bola, espinosa». La madera de la acacia es de albura amarilla, de gran dureza, muy apreciada en ebanistería. Suele plantarse en jardines y aceras, pero sus raíces son cundidoras e invasoras; su flor, bastante vistosa. La falsa acacia o espinosa es un árbol decorativo, siendo la acacia umbraculífera la que, bajo una imagen modesta, no florece evitando así la alérgica polinización del aire.

Se dice en la Biblia que el arca de la alianza estaba hecha de madera de acacia (Ex 37,1), así como las barras para transportarla (Ex 37,10). También se cuenta que al Cristo le pusieron una corona de espinas de acacia y que por eso es símbolo solar. Se dice también que es de madera de acacia el trozo que, agujereado, sirve para que, con la frotación de un palo de higuera, se produzca el fuego sagrado de los sacrificios (así entre los bambara). A Brahma se le atribuye un cucharón sacrificial hecho de madera de acacia. Este árbol, por sus características, es símbolo tanto de la inocencia como de la incorruptibilidad en las que se complace el sol de la vida.

Sin perder de vista su simbolismo —para los egipcios era arbusto sagrado; para los herméticos simbolizaba el saber morir para poder vivir eternamente—, se cree que la acacia blanca es amor puro; la acacia rosa, elegancia. Al menos así aparece en los sueños. Pero, ¿quién distingue hoy en sueños una acacia blanca de una acacia rosa cuando el perezoso hombre de hoy a todo lo llama con simplismo árbol?

 

Adelfa

 

Conocido también como baladre, laurel rosa, blanco o colorado, rosa de Francia, y en Méjico como quatepatli, este arbusto es propio de climas templados. Sus hojas son parecidas a las del laurel, tal vez por eso a veces se las ha confundido, pero mientras las hojas del laurel aromatizan, las de adelfa son fuertemente tóxicas. Es descrito ya por los antiguos y no por sus buenas cualidades. Plinio habla de una miel del Ponto cuya venta estaba prohibida porque, se decía, estaba hecha por abejas que habían libado flores de adelfas (subterfugios comerciales, posiblemente). Solía ser llamado también mataasnos o matacaballos, pero hoy resulta extrañísimo que un animal, al que se le ofrezca unas ramas de adelfa, las coma (en su código genético se ha transmitido sin duda el discernimiento). Se dice también que, en la Edad Media, los soldados olían flores de adelfa porque así adquirían más vigor para la lucha. Este arbusto tiene simbolismo funerario, tal vez por su toxicidad; y es emblema de la envidia, sin duda por su toxicidad.

 

Álamo

 

El álamo negro o chopo castellano, de amplia copa pero poca sombra, con sus hojas alternas y caedizas, verdes por ambos lados, de contorno fino dentado, florece al acabar el invierno. Árbol vivo, de robusto temperamento, huidizo de las sombras y anhelante de la luz, de lo alto y de la humedad de lo profundo, ofrece una madera de mediocre durabilidad. Tal vez por eso, el álamo negro mira con envidia al álamo blanco, árbol de ribera, majestuoso, agrupado en temblorosas pobedas. Se le adjetiva «blanco» porque, de joven, su lisa corteza tiene ese color. Sus hojas tienen el haz verde brillante y el envés blanco algodonado, con flores femeninas; otros sólo las tienen masculinas. Su madera es de densidad ligera y muy estimada en carpintería; si bien se usa en especial para hacer cerillas.

Sin duda, los griegos, en sus tiempos heroicos, lo admiraron consagrándolo a Heracles quien se hizo una corona con hojas de álamo blanco cuando bajó a los infiernos; en álamos blancos quedaron convertidas las Helíadas, hermanas de Faetón, por haberle dejado conducir el carro solar. La madera blanca del álamo era la única admitida en los sacrificios a Zeus.

El álamo, como el ciprés, es un árbol funerario cargado con el simbolismo del dolor y del sufrimiento. En los juegos funerarios griegos, los vencedores eran coronados con hojas de álamo. Dicen que, cuando Jesús murió en la cruz, todos los árboles se inclinaron menos el álamo blanco, pues la cruz estaba hecha de un tronco de ese árbol (aunque según otras leyendas se trataba de un olivo). En algunas partes se cree que es el árbol más antiguo. Como árbol funerario, es generador. Solían plantarse álamos cuando venía al mundo un recién nacido para que la dicha y la prosperidad le acompañaran siempre.

Símbolo de las flaquezas por el permanente temblón movimiento de sus hojas, a pesar de la claridad de su nombre está asociado a la oscuridad de las sombras, si bien, en el mundo de los sueños, aparece como protector. Su sombra es blanca porque Zeus se complace con los que, ofreciéndole sacrificios, suplican la divina inmortalidad o, al menos, el descanso baja la sombra blanca de una divina pobeda.

[Del mismo simbolismo participa el alerce].

 

Algarrobo

 

Este árbol perennifolio, de follaje oscuro y denso, es el contraste de los plateados olivos en zonas áridas y rocosas. Típicamente mediterráneo, el algarrobo ofrece una madera avinatada en su madurez. Las algarrobas son achocolatadas por fuera y amarfiladas por dentro, con semillas duras, dulzonas por su alto porcentaje de sacarosa, azúcar y en menor medida de proteína, excelente alimento para el ganado.

En la tradición cristiana figura como símbolo de la providencia. De hecho, se dice que Juan el Bautista se alimentaba de miel silvestre que no es más que otra forma de designar a las algarrobas. Los alemanes las llaman «pan de Juan» (el Bautista). Y los sicilianos dicen que fue de un algarrobo de donde se colgó Judas. Lo cierto es que se trata de un árbol que no requiere cuidados. En el momento oportuno se recogen sus frutos, pues la providencia divina así lo ha establecido.

 

Almendro

 

«Flores de almendro, que nacieron temprano, se helaron presto». Así se dice de los amores «precipitados». El almendro es símbolo de la vigilancia por anunciar la primavera y el beneplácito y complacencia de Dios con el hombre, dicen los judíos. Para los griegos es símbolo del invierno, si está sin hojas; y del dolor si da almendras amargas. Los romanos creían que las almendras amargas permitían que ni el más entregado bebedor se emborrachara. En almendro sin hojas fue convertida la heroína Filis cuando se suicidó al perder la esperanza de reen-contrarse con su amado Acamante (o Demofonte según otras versiones), hijo de Teseo.

La almendra, su fruto, es la que da más carga simbólica al almendro. Su cáscara representa lo accidental; el fruto, lo esencial. Materia/espíritu. Es fruto luminoso, símbolo de la Virgen y del Cristo en la tradición cristiana, especialmente medieval. Los místicos ven en la almendra el núcleo de la inmortalidad, la señal de una vida nueva. En la mitología griega, la blancura de la almendra era considerada como un extracto del semen de Zeus.

Idéntica a la almendra es la mandorla, término italiano que ha prevalecido para designar en la iconografía cristiana el óvalo que, pintado y esculpido —y con el simbolismo del rombo—, ofrece las imágenes del Cristo, de la Virgen y de los santos para representar la inmortalidad, así como la unión entre el cielo y la tierra.

En el mundo de los sueños, la almendra aparece como indicio de secretos bien guardados. Si el soñante casca almendras, se da a entender que se esfuerza por conocer lo oculto.

[Del simbolismo de la almendra participan la nuez y la avellana.]

 

Avellano

 

Recogemos aquí una página de Carlos Mendoza (La leyenda de las plantas, facsímil, Alta Fulla, Barcelona 19972, pp. 293s.) que aclara suficientemente el sentido mágico del avellano y de la avellana: «Nadie sería capaz de imaginar el importantísimo papel representado por el avellano en la superstición popular. Sabido es que todo brujo decente debe valerse de una vara de avellano, pero no así como así, sino que debe ser hecha de un tallo virgen, terso y sin inserciones de ramas secundarias.

Hay judíos que creen que cuando Eva cayó en pecado fue a ocultarse en un avellano. Cuando Hércules llega a Italia de regreso del jardín de las Hespérides, va a bordo de una cáscara de avellana (...)  En muchos cuentos de Italia y España háblase de hadas que tejen preciosísimos vestidos de oro, plata y diamantes, tan sutiles que los entregan a sus favorecidos dentro de una cáscara de avellana. La cosa no tiene, sin embargo, nada de particular, porque la tal avellana quiere decir la luna, de la cual es una de tantas formas botánicas como reviste en la mitología. Más aún: así como la luna ayuda con su luz a descubrir en medio de la noche los tesoros ocultos en los bosques y montañas, así la vara de avellano sirve también para descubrir las riquezas escondidas (especialmente minas de oro o plata).

Es artículo de fe en Rusia que el que lleva encima una avellana doble se hará rico, por lo cual no hay mujick que no ande en busca de tan precioso fruto. En la tierra de Otranto las brujas de por allí son maestras en descubrir tesoros, guiándose por una vara de avellano cuya punta tiene la propiedad de volverse hacia el lugar donde está oculto el rico depósito o filón que se busca. Un cuento veneciano dice que una vez eran tres hermanos que se colocaron bajo tres avellanos, uno de los cuales era estéril y los otros dos estaban muertos. El que se encontraba debajo del avellano estéril golpeóle, y al punto cayó de él una avellana tan grande que le aplastó un pie. Según otro cuento, inglés, una vez era un médico que ordenó a uno de sus clientes se procurase una vara de avellano como la suya, y, al mismo tiempo, que colocase una botella a la vera del agujero de la madriguera de la serpiente blanca, cerca del avellano. Metióse la serpiente blanca en la botella, se la puso a cocer en un puchero, sirviendo de leña al avellano. El cliente quiso catar el guiso, llevóse un dedo a la boca y adquirió al punto la ciencia universal y llegó a ser un galeno de infalible sabiduría. El milagro no tiene nada de particular: no sólo se empleó leña de avellano (el árbol adivinatorio), sino que el interesado probó caldo de serpiente, el ofidio en que se convirtió Esculapio.

En Alemania acostumbran tocar con ramas de avellano la avena de los caballos, practicándose esta ceremonia ciertos domingos en que hay procesión y haciéndolo en nombre del Señor. Puede que sea eso algún resabio de cuando el avellano estaba consagrado al dios Thor. En ciertas regiones de Italia distribúyense en las bodas buena cantidad de avellanas y nueces, como si quisiese simbolizarse la generación (...) Nada mejor que una carrera de baquetas con varas de avellano para obligar a las brujas a que devuelvan a los animales y plantas la fecundidad que con sus sortilegios les arrebataran. En nuestro país existe asimismo la creencia en la virtud mágica de las varas de avellano».

A título de curiosidad, traemos el texto del capítulo 142 del Libro I de la Materia médica de Dioscórides, cuando dice: «Las avellanas, llamadas pónticas nueces o leptocarya, que quiere decir nueces menudas, al estómago son dañosas, aunque majadas y bebidas con aguamiel, sanan la tose antigua. Tostadas y con un poco de pimienta comidas, maduran los catarros. Quemadas con todas sus cáscaras y majadas con enjundia o grasa de oso, y aplicadas, hacen renacer los cabellos. Dicen algunos que la ceniza de las cáscaras de las avellanas, aplicada con aceite sobre la mollera de los niños que tienen los ojos garzos, les hace tornar las niñetas negras» (citado por Pío Font Quer, Plantas medicinales, Labor, Barcelona 1976, p.102, que añade las propiedades diuréticas de la avellana. Véase lo dicho de la almendra, de cuyo simbolismo participa la avellana).

 

Azufaifo

 

Desde Cataluña hasta el sur de Portugal recorriendo todo el Levante, el sur y las Baleares, el azufaifo —conocido en Cataluña, Valencia y Baleares como ginjoler—, es un precioso árbol cuyos frutos son las azufaifas (ginjols), también llamadas «dátiles chinos» (se cree que el origen de ese árbol es chino aunque es muy conocido en el mundo árabe), de gran contenido vitamínico y de buenas propiedades medicinales, especialmente laxantes, pectorales y anticatarrales. Florece en junio y julio; los frutos se recogen en otoño.

Dicen si la ninfa Lotis, perseguida por Príapo, pudo escapar de tanto acecho convirtiéndose en un espinoso arbusto de flores rojas, posiblemente el azufaifo o ginjoler. Por eso es símbolo de defensa. Para los taoístas la azufaifa es alimento de inmortalidad, un fruto puro casi espiritual. Cierto simbolismo trascendente relacionado con lo secreto y sublime tiene el azufaifo para los musulmanes, siguiendo el Corán (53, 16).

Recuerdo haber comido de niño muchas veces ginjols (azufaifas): su sabor es fresco, haciendo que su carnosidad sea suave disolviéndose al instante. Los prefería frescos y no secos. Aunque, lo confieso, entonces no sabía que estaba comiendo tantas propiedades, entre ellas la de estar alimentándome con buenas dosis de inmortalidad.

 

Boj

 

Como un buen número de árboles, hay variedad de bojes. El más extendido es el arbusto, generalmente empleado para setos bajos. El boj común es fácil encontrarlo en los Pirineos y en algunas sierras. Pero tengo en la memoria el boj balear/mallorquín, siempre verde, tupido, brillante, con sus hojas simples y persistentes, enteras en sus bordes, coriáceas. Su madera es marfileña, muy apreciada para hacer todo tipo de pequeños instrumentos desde flautas a tablillas, desde reglas a figurillas.

Por su hoja perenne es símbolo de inmortalidad, y los griegos lo consagraron a Afrodita (amor), a Cibeles (fecundidad), a Hades (muerte), a Plutón (protector de los árboles de vegetación perpetua). En algunos países nórdicos y centroeuropeos, los cristianos celebran con ramos de boj lo que en España, por ejemplo, se hace con ramos de olivo.

Por la dureza de su madera, el boj es símbolo de la constancia, de la perseverancia, de la firmeza. Se dice que los antiguos no solían poner hojas de boj en los altares dedicados a Venus, diosa del amor, pues el boj producía esterilidad o, cuando menos, menguaba la virilidad. Aún hoy, en ambientes rurales mallorquines y catalanes, se cree así. Tal vez sea por la toxicidad que tiene la buxina que se esconde en las hojas de boj y que resulta nociva para el ganado, aunque homeopáticamente cura el reuma, es purgante y purificadora de la sangre. Demasiadas propiedades positivas para endosarle al boj una negativa sospechosa. El boj, como el perenne verdor de sus hojas, es símbolo del fuerte carácter tan necesario para configurar la imagen de la propia vida.

 

Cedro

 

Este bello y majestuoso árbol, de hojas argénteas, áureas o azules según sea su variedad Atlas, Himalaya o Líbano, es símbolo de lo incorruptible. Egipcios, griegos y romanos emplearon el cedro para hacer bajeles y ataúdes, estatuas y antorchas. Los judíos lo usaron para construir el armazón del Templo en tiempos de Salomón. En la antiquísima magia caldea, el cedro es el árbol protector por excelencia: rechaza la acción de los malos espíritus. En China es llamado árbol del amor fiel. En la Edad Media se decía que, de los tres maderos de la cruz, el hecho de cedro simbolizaba al Padre eterno. De su fruta, creían, comió Adán en el paraíso. Lo llamaban «la vida de los muertos» porque el olor de su madera alejaba de las tumbas insectos y gusanos. Según Jamblico, Pitágoras recomendaba que una de las maderas más propias para honrar a la divinidad fuera el cedro —además del ciprés, la encina, el laurel y el mirto—. El cedro encierra el sublime simbolismo de la inmortalidad, perennidad, nobleza y vigor.

 

Ciprés

 

Es el árbol de la vida que se alza majestuoso con su alargada sombra en los últimos refugios de los muertos (o en los monasterios, refugio de los «muertos» para lo mundano). En Europa, es símbolo del duelo (luto); como todas las coníferas —por su follaje y resina—, encierra inmortalidad y resurrección, así como pureza (por eso se empleaba el ciprés en la construcción de templos, especialmente en Japón). En China, las semillas del ciprés, ricas en yang, aseguraban longevidad y ligereza (dicen que quien se frotaba los talones con resina de ciprés era capaz de andar sobre las aguas. Posiblemente no había muchos cipreses o nadie lo hizo o nadie conocía tan asombrosa virtualidad del ciprés).

Como árbol fálico, el ciprés es símbolo de generación y muerte, a veces reemplazado en oriente por el ruiseñor. Representa a la amada. La flecha del arco de Cupido (Eros) estaba hecha de ciprés; lo mismo que el cetro de Zeus, la maza de Hércules, el rayo de Indra, el martillo de Thor. Para Zaratustra, el ciprés era la imagen de Ahura Mazda. Para los antiguos pueblos iranios, el ciprés era el representante vegetal del fuego generador. El ciprés es tenido como importante símbolo funerario, pues el hombre ha depositado en la muerte el comienzo de la etapa definitiva de la vida: árbol perfumado e incorruptible. Horacio veía en el ciprés un árbol triste; y Virgilio lo calificaba de sombrío y fúnebre. De hecho, el viejo Plutón disfruta moviéndose en el oscuro reino diabólico poblado de cipreses.

Empleado en ebanistería, el ciprés no pierde el hondo sentido de su significado; y nunca su utilidad podrá borrar el halo eterno de su símbolo en el que la inmortalidad y el misterio se cobijan con veneración y respeto. Así se entiende: «Enhiesto surtidor de sombra y sueño, que acongojas el cielo con tu lanza...» (Gerardo Diego).

[De este simbolismo participa la canela.]

 

Encina, Roble

 

Árboles preferidos por los dioses del Olimpo, símbolos de la majestuosidad y del poder, resistencia y durabilidad. Con buenos ojos miran la encina y el roble el griego Zeus, el romano Júpiter, el eslavo Perun, el escandinavo Thor, el céltico Dagda, el germano Donar.

La encina es vista como un medio de comunicación entre cielo y tierra. Abrahán recibió una comunicación divina estando en el encinar de Mambré, allí donde tuvo lugar la escena de la risa de Sara a escondidas en la tienda. El vellocino de oro colgaba de un roble como si fuera éste un lugar sagrado (templo). Emblema de hospitalidad para los celtas, símbolo de fuerza a los ojos de los hombres, pero de debilidad ante la naturaleza para los chinos. Atributo de Cibeles y de Silvano, así como del griego Fileo y su felicidad conyugal. Protectora es la vieja encina que, a punto de caer, fue apuntalada por Reco y salvó la vida de las Hamadríades, ninfas de encinas y robles.

Dicen que los druidas —se conjetura si esta palabra significa «hombres robles»—solían comer bellotas antes de profetizar; sabido es que su dios Tento estaba representado en forma de roble. En la Edad Media, por considerar que la madera de encina era imputrescible, simbolizó la inmortalidad. Es emblema del heroísmo en Alemania, en donde una corona hecha de hojas de encina sustituyó a la de laurel.

El roble, la otra variedad del quercus, es noble y, entre los árboles, es como el león entre los animales o el águila entre las aves. Dicen que Sócrates, cuando juraba, lo hacía por el roble, pues era el árbol divino de los oráculos, árbol de la sabiduría. Los griegos llamaban a los robles (encinas) primeras madres. Se dice que los antiguos griegos atribuían el diluvio de Beocia a las querellas entre Zeus y Hera. Cuando acabó el diluvio, pudo verse una inmensa estatua de roble como símbolo de paz.

Posiblemente, aunque sean de la misma familia, la encina y el roble, árboles a veces confundidos siendo distintos, simbólicamente han seguido caminos paralelos pero no idénticos. Sobre el majestuoso roble de Dodona, Zeus hacía arrullar las palomas; mientras que sobre la encina coloca Virgilio el siempre funesto graznido de la corneja. Consagrada a Hécate y a Sileno, la encina coronaba a las funerarias Parcas. Séneca veía la encina como un árbol triste, aunque para Ovidio «corrían ríos de leche, ríos de néctar, y destilaba amarilla miel de la verde encina». Góngora se permitía definir el panal como «una encina hueca de rubios hijos». Sea lo que fuere, el majestuoso roble, con su fuerza y poder, se hermana con la humilde encina, la del sencillo verdor de la perennidad.

En el mundo de los sueños, tanto el roble como la encina representan la fuerza espiritual con la que el soñante encuentra la solidez necesaria para vivir con sentido. Es un consuelo.

 

Granado

 

El granado, cuyo nombre le viene por los muchos granos de su fruto (la granada), conocido también como púnica (un género de granado muy abundante en la antigua zona de Cartago y Túnez llamada Púnica), tiene unas excelentes virtudes medicinales, pues ataca la tenia o solitaria intestinal matándola (propiedad conocida ya por los sabios egipcios). El zumo de granada silvestre, amargo, es bueno, al parecer, para las afecciones de garganta, además de ser buen refrescante. Si el zumo de granada se concentra al fuego y se bebe, recibe el nombre de roete: buen diurético además de sereno estomacal.

El granado brotó de la sangre de Agdistis, un hermafrodita a quien castró Dioniso, dice la mitología. El color rojo simboliza tanto el amor como la sangre: vida y muerte. Para los fenicios la granada era como el sol: poder vital regenerador. Los sirios lo consagraron a su diosa Rimmel. En la iconografía antigua etrusca y grecorromana tiene el sentido de fecundidad semejante al huevo. Estuvo consagrado a Deméter, a Afrodita, a Hera (fecundidad). Representa la seducción, como se puede ver en el himno homérico a Deméter: Perséfone come la granada en el jardín del Hades y por romper la ley del ayuno sólo Zeus permitirá que no permanezca perpetuamente en la oscuridad, sino que regrese temporalmente al mundo de los vivos; de esta manera, en el invierno tendrá infierno; en primavera, Olimpo.

En la India, la granada se tiene como un fruto que combate la esterilidad. En la Edad Media era el perfume de la belleza. En casi todo el Oriente representa los deseos inconfesables y el amor abrasador. Para los místicos, se trata de un símbolo de las infinitas perfecciones de Dios. Para los de cortas miras: abundancia material. Todos los misterios son como una granada sin abrir. El amor los desvelará.

[De su simbolismo participan la calabaza (ésta, además, vaciada y seca es como el cuerpo: un recipiente), el higo, el limón, el melón, la naranja, la sandía, el tomate]

 

Higuera

 

Entresacamos una página de Pío Font Quer, Plantas medicinales, Labor, Barcelona 1976, pp.123s.: «Dicen que la voz latina ficus, la higuera, y también el higo, es un préstamo del griego sycon que significa lo mismo. Los romanos solían comer el hígado guisado con higos, y del latín ficus nació ficatum, que era el nombre de aquel guiso; la cual voz, por vía erudita, nos daría figado que, con otra prosodia y convirtiendo la f en h, pasa a hígado, el nombre de la víscera. Tratándose del higadillo de los gansos, cuando los cebaban con higos, según se lee en De re culinaria, de Apicius, se designaba asimismo con el nombre de jecur ficatum, y venía a ser el foie-gras de nuestros días. El hepar, hígado en griego, nos ha dado hepático, adjetivo que se refiere a lo relativo al hígado o propio de esta entraña; pero el nombre de la propia víscera nos viene del arte culinario y de los higos. El hígado de cerdo guisado con higos sabe bien, y lo recomendamos a los que gustan de los manjares antiguos.

En un extenso capítulo, el 145 de su libro I, difícil de extractar y que, por tanto, vamos a dar entero, Dioscórides trata de los higos y de la leche de las higueras, y de la lejía de su ceniza. “Hállanse dos suertes de higos, porque hay domésticos y salvajes. Entre los domésticos y frescos, al estómago son dañosos y relajan el vientre, aunque fácilmente se restriñe el flujo que provocaren. De más desto, mueven sudor, engendran postillas por todo el cuerpo, mitigan la sed y matan el calor demasiado. Los higos secos dan al cuerpo mantenimiento, calientan, acrecientan la sed, entretienen lúbrico el vientre, y ansí no convienen cuando destilan humores a él o al estómago; aunque en las enfermedades de la garganta, de la caña del pulmón, de la vejiga y de los riñones su uso es convenientísimo. Conviene también a los de alguna enfermedad luenga descoloridos, a los asmáticos, a los hidrópicos y a los que son subiectos a gota coral. Bebido su cocimiento, en el cual haya entrado también la hierba llamada hisopo, purga los humores del pecho, vale contra la tose antigua y contra las viejas enfermedades de los pulmones. Majados con nitro y con la simiente del alazor, y comidos, ablandan el vientre. Gargarizado su cocimiento, es muy útil a las agallas y garganta inflamadas. Mézclanse también en las puchecillas que se hacen de harina de cebada y aceite, y con ptisana o con alholvas, para fomentaciones útiles a los lugares secretos de las mujeres. Su cocimiento, en el cual hobiere entrado la ruda, es útil en los clísteres contra los dolores de tripas. Cocidos, majados y aplicados en forma de emplastro, resuelven cualquiera dureza, ablandan los lobanillos y las hinchazones que se hacen tras los oídos y maduran los diviesos, principalmente si se mezcla juntamente la iris o el nitro o la cal. Los crudos, majados con las cosas ya dichas, tienen la mesma fuerza. Mezclados con cáscara de granada, mundifican las uñas que suelen hacerse en los ojos; y con caparrosa, las malignas llagas de piernas que, por el continuo flujo de humores, son difíciles de encorar. Cocidos con vino, con ajenjos y harina de cebada, se aplican a los hidrópicos, y no sin feliz suceso. Quemados y encorpados después con ceroto, sanan los sabañones. Majados crudos y mezclados con simiente de mostaza o con nitro, y metidos en los oídos, resuelven los zombidos y la comezón que en ellos se siente. La lágrima de la higuera salvaje y domesticada hace cuajar la leche ni más ni menos que el cuajo; y, por el contrario, echada en la ya cuajada la deshace como el vinagre. Es corrosiva la leche de la higuera, abre los poros, relaja el vientre, bebida con almendras majadas desopila la madre; y aplicada por abajo con una yema de huevo o con cera tirrénica es provocativa de menstruo. Mezclada con harina de alholvas y con vinagre es útil en los emplastros contra la gota. Aplicada con harina de trigo, mundifica la sarna, los empeines, las quemaduras del sol, las manchas blancas del rostro, las asperezas del cuero y las llagas manantías de la cabeza. Instalada dentro de la herida, es útil a los que hirió el escorpión o cualquiera otro emponzoñado animal, y a los mordiscos de algún perro rabioso. Sana el dolor de los dientes metida dentro de los horadados con un poco de lana. Deseca las verrugas que nacen a manera de hormigas aplicada al derredor dellas con grasa. Tiene la mesma fuerza el zumo que se saca de los ramos tiernos de la higuera salvaje, los cuales, cuando están preñados de leche y antes que echen renuevos, se majan, y majados, se esprimen, y el licuor esprimido, después de seco a la sombra, se guarda. Métese, ansi el zumo como la leche de la higuera salvaje, en las medicinas corrosivas del cuero. Cocidos los ramos de higuera con carne de vaca, hacen que se cueza más presto. La leche se torna más solutiva si mientras hierve la menean con un ramillo de higuera en lugar de espátula. Los higos olintos, que algunos llaman eríneos, cocidos y aplicados en forma de emplastro, ablandan los callos y lamparones. Crudos y encorporados con nitro y harina, derriban las verrugas semejantes a hormigas y las llamadas tymos. Hacen el mesmo efecto las hojas, las cuales, aplicadas con sal y vinagre, enjugan las llagas manantías de la cabeza, limpian la caspa y sanan las epiníctidas. Fréganse con ellas las hinchazones del sieso formadas a manera de higos y las asperezas que se suelen hacer en las palpebras. Hácese un útil emplastro de las hojas y de los ramillos tiernos de la higuera negra contra los albarazos, las cuales cosas, aplicadas con miel sanan las mordeduras de perros y las llagas de la cabeza que parecen panales. Los higos llamados olintos, aplicados con las hojas de dormideras salvajes, sacan a fuera los huesos rotos, y resuelven los diviesos si se aplican con cera. Encorporados con vino y con hierbas y puestos, sanan los mordiscos del musgaño y de la escolopendra. De la ceniza de los ramos de la higuera, ansí salvaje como doméstica, se hace cierta lejía, la cual, para que sea más fuerte, conviene muchas veces renovar la ceniza y dejarla en remojo grande espacio de tiempo. Esta tal lejía se mezcla útilmente con las cáusticas medicinas y es muy saludable remedio contra las llagas mortificadas, porque extirpa y consume todo lo dañado y superfluo. Ansí que, siendo menester usar della, bañaremos una espongia muy a menudo en la dicha lejía y aplicarémosla sobre la parte enferma. Somos algunas veces forzados de echarla como clíster en la disentería en los muy antiguos flujos de vientre y en las fístolas cavernosas y grandes, porque las mundifica, suelda y encarna, teniendo no menor virtud de juntar las partes divisas que las medicinas apropiadas para conglutinar las heridas frescas. Recientemente colada, se da a beber con un ciato de agua y un poco de aceite contra los cuajarones de sangre, contra la caída de alto y contra la ruptura y espasmos de nervios. Bébese también della sola cómodamente un ciato en los flujos estomacales y disentéricos. Mezclada con aceite, es útil fomentación contra el espasmo y dolor de nervios, porque provoca sudor. Dase a beber a los que por la boca tomaron yeso y a los que fueron mordidos de los falangios. Las mesmas facultades tienen todas las otras lejías, y principalmente la que se hace de la ceniza del roble; empero todas son constrictivas».

He intercalado esta página para recordar que los higos, además de ser un buen postre —el mejor alimento para engordar sin miramientos, decía Galeno— tienen un sinfín de propiedades que, en los tiempos actuales, son extendidamente desconocidas. Desde el punto de vista simbólico, la higuera era un árbol dionisíaco en Grecia, en cuyas fiestas el emblema procesional estaba hecho de palo de higuera. Árbol venerado en Roma, pues —se decía— la loba que amamantó a Rómulo y Remo, lo hizo debajo de una higuera. También la consagraron a Mercurio en sentido erótico. Fundamentalmente, y sin sentido festivo, la higuera era tenida por árbol siniestro y funerario, si bien esta creencia parte de la tradición cristiana que sostenía que Judas se ahorcó de una higuera. Los judíos usaban la expresión «estar debajo de la higuera» para dar a entender que alguien guardaba celosamente los secretos en su corazón. Es símbolo de fecundidad para casi todas las culturas, en especial en África, aunque se trata de una fecundidad venida de los muertos. Para los bantú es un árbol sagrado, lo mismo que para los kototo del Chad.

A veces, la higuera ha sido tenida como árbol impuro. En algunos templos, como los dedicados a la diosa romana Día, cuando aparecía alguna higuera los hermanos Arvales celebraban grandes funciones de desagravios y arrancaban la higuera, llegando incluso a derribar el templo. Tal vez sea exagerada esa concepción de la higuera como símbolo de impureza. Aunque es comprensible si se tiene en cuenta que las Vestales, servidoras del templo, eran inmaculadas. Yo recuerdo haber visto una higuera que, espontáneamente, había nacido entre las piedras del campanario de la iglesia de un pueblo. Pasados bastantes años, al visitar de nuevo aquel pueblo, vi que ya no estaba la higuera. Pero puedo afirmar que, por todo lo que me contaron, la impureza —no sé si bien o mal entendida— sigue arraigada en aquel pueblo.

 

Laurel

 

«Se  representaba a Apolo como un dios muy hermoso, alto, notable especialmente por sus largos bucles negros de reflejos azulados, como los pétalos del pensamiento. No es de extrañar que tuviese amoríos con Ninfas y con mortales. Así, amó a la ninfa Dafne, hija del dios río Peneo, en Tesalia. Esta pasión se la había inspirado el rencor de Eros, irritado por las mofas de Apolo, que le había hecho objeto de burla porque se ejercitaba en el manejo del arco —ésta era, en efecto, el arma por excelencia de Apolo—. La ninfa no correspondió a sus deseos y huyó a las montañas. Como el dios la persiguiera, cuando estaba a punto de ser alcanzada dirigió una plegaria a su padre, suplicándole que la metamorfosease para permitirle escapar a los abrazos del dios. Su padre consintió en  ello y la transformó en laurel (en griego, dafne), árbol consagrado a Apolo» (P. Grimal, Diccionario de mitología griega y romana, Paidós, Barcelona 19915, p.36a).

En las fiestas a Apolo que se celebraban en Tebas cada nueve años, el niño que hacía de ministro llevaba una corona de laurel. En los juegos en honor a Apolo, el premio era una corona de laurel. Los sacerdotes solían hacer el «asperges» con una rama de laurel. Pitia, en sus trances proféticos mascaba una hoja de laurel. Era árbol capaz de avivar el don de la profecía, entendida ésta como «arte adivinatoria» (así hacían las pitonisas de Delfos). Es planta de buen agüero, aunque en algunas partes de mal presagio como aquel bajo el cual fue muerto y enterrado el rey Amico, hijo de Poseidón. Se dice que los Argonautas, cuando cogían ramas de ese laurel, empezaban a discutir.

En Roma tuvo los mismos sentidos simbólicos, en especial el de glorificación. Laurear es igual que condecorar o diplomarse o tocar la fama, aunque, por eso mismo, es conveniente «no dormirse en los laureles». En otras culturas, como por ejemplo en casi todas las africanas, el laurel tiene ciertos poderes para ahuyentar los malos espíritus (sabido es que si en la vinagrera se pone una hojita de laurel, no habrá más bichos).

Símbolo de gloria y de iluminación, de victoria y culmen, de inspiración y triunfo, el laurel es el purificador final del mérito, pues así son los destellos, aunque fugaces, de la eternidad en el gran estadio del cotidiano vivir.

 

 

 

Manzano

 

Como con casi todos los árboles, el rico simbolismo se concentra en el fruto, en este caso, la manzana. Habiendo recogido el disperso material simbólico, a la hora de redactarlo he visto que, salvo pequeños detalles, nada podía añadir al texto de Le Roux-Guyonvarch, en el Diccionario de símbolos (edic. de J. Chevalier – A. Gheerbrant, Herder, Barcelona 1986, pp. 688s.), y que transcribo sin comentar: «La manzana se utiliza simbólicamente en varios sentidos aparentemente distintos, pero más o menos allegados; éstos son: la manzana de la discordia, atribuida a Paris; las manzanas de oro del jardín de las Hespérides, que son frutas de inmortalidad; la manzana consumida por Adán y Eva y la manzana del Cantar de los Cantares, que, según enseña Orígenes, representa la fecundidad del Verbo divino, su saber y su olor. Se trata, pues, en todas las circunstancias, de un medio de conocimiento, pero que es fruto tanto del árbol de la vida como del árbol de la ciencia del bien y del mal: conocimiento unitivo que confiere la inmortalidad, o conocimiento distintivo que provoca la caída. Alquímicamente, la manzana de oro es un símbolo del azufre.

El simbolismo de la manzana procede, según el abate E. Bertrand, de lo que contiene en su interior: una estrella de cinco puntas formada por los alvéolos que encierran las pepitas. Por esta razón, los iniciados ven en ella la fruta del conocimiento y de la libertad y, por consiguiente, comer la manzana significa para ellos abusar de la inteligencia para conocer el mal, de la sensibilidad para desearlo y de la libertad para perpetrarlo. Pero como pasa siempre, la muchedumbre vulgar toma el símbolo por la realidad. El pentagrama, símbolo del hombre-espíritu, en el interior de la carne de la manzana simboliza, además, la involución del espíritu en la materia carnal.

En las tradiciones celtas, la manzana es una fruta de ciencia, de magia y de revelación. Sirve también de alimento maravilloso. La mujer del otro mundo que viene a buscar a Condle, el hijo del rey Conn, el de las cien batallas, le entrega una manzana que basta para su alimentación durante un mes y no disminuye nunca. Entre los objetos maravillosos cuya búsqueda impone el dios Lug a los tres hijos de Tuirenn, en compensación por el asesinato de su padre Cian, figuran las tres manzanas del jardín de las Hespérides: quien come de ellas no tiene ya hambre ni sed, ni dolor, ni enfermedad, y ellas no disminuyen nunca. En algunos cuentos bretones, el consumo de una manzana sirve de prólogo a una profecía.

Si la manzana es una fruta maravillosa, el manzano es también un árbol del otro mundo. La mujer del otro mundo, que viene a buscar a Bran, le entrega una rama de manzano antes de arrastrarlo más allá del mar. La isla de Avalón, o dicho de otra manera, el Pomar, es el nombre de esta estancia mítica, donde reposan los reyes y los héroes difuntos. En la tradición británica, es allí donde el rey Arturo se refugia en espera de volver a liberar a sus compatriotas galeses y bretones del yugo extranjero. Merlín, según los textos, enseña bajo un manzano. El manzano es un árbol sagrado entre los galos, así como la encina y el roble.

Fruta que mantiene la juventud, símbolo de renovación y de perpetuo frescor, Gervasius cuenta cómo Alejandro Magno, al buscar el agua de la vida en la India, encontró manzanas que prolongaban hasta 400 años la vida de los sacerdotes. En la mitología escandinava la manzana desempeña el papel de fruto regenerador y rejuvenecedor. Los dioses comen manzanas y permanecen jóvenes hasta el fin del ciclo cósmico actual.

Según el análisis de Paul Diel, la manzana, por su forma esférica, significaría globalmente los deseos terrenales o la complacencia en tales deseos. La prohibición pronunciada por Yahvé pondría en guardia al hombre contra el predominio de esos deseos, que lo arrastrarían hacia una vida materialista por una especie de regresión, en sentido opuesto a la vida espiritualizada, que es el sentido de la evolución progresiva. Esta advertencia divina da a conocer al hombre esas dos direcciones y a escoger entre la vía de los deseos terrenos y la de la espiritualidad. La manzana sería el símbolo de semejante conocimiento y de la aparición de la necesidad de escoger».

 

Olivo, aceite

 

El olivo es, sobre todos, el árbol de la vida como, según antiguas creencias, la abeja, madre de la cera, era símbolo de la vida eterna. El aceite de las lámparas da luz, y la luz es la vida. Es la Aurora que ilumina el mundo. De tronco de olivo estaba hecha la maza de Heracles; no es de extrañar que, instituyendo los Juegos Olímpicos, se considerara que, en vez de una flor natural, una corona de olivo fuera el premio. También de olivo era la maza de Polifemo de la que sacó una astilla Ulises para sacarle el único ojo al feroz cíclope. No sé si por agradecimiento al olivo, pero de olivo hizo Ulises el lecho nupcial a Penélope cuando regresó a su querida Ítaca. Los relatos mitológicos griegos y romanos están llenos de aventuras en las que aparece el olivo; y especial devoción le profesa el historiador Heródoto y el trágico Eurípides. No es de extrañar que al olivo se le concediera un cierto sentido profético, pues al estar consagrado a muchos dioses, el aceite servía para alimentar las lámparas de la luz. Y alguien tan vehemente como Demóstenes se alababa a sí mismo por haber consumido más aceite que vino (se entiende que aceite de lámpara, o sea, investigando y estudiando).

Para la tradición judía es el árbol de Abrahán: símbolo del paraíso. En la Edad Media era símbolo del amor; para el Islam, símbolo del Profeta: eje del mundo y fuente de luz; para Japón, símbolo de amabilidad y victoria; para los chinos, el olivo tiene valor tutelar por neutralizar muchos venenos. El aceite (el óleo sagrado) es símbolo de prosperidad. Sagrado para la unción: autoridad, poder y gloria para el rey; legitimidad para el profeta, carácter para el bautizado cristiano, símbolo del Cristo y del Espíritu. Elemento esencial: alimenta los cuerpos y da vigor; alimenta las lámparas y da luz; alimenta los espíritus y da pureza; alimenta la piel y la protege; untado sobre utensilios y herramientas, las hace más útiles y alarga su eficacia. El aceite es símbolo del consagrado.

En el mundo de los sueños, la presencia de aceite es buen augurio: armonía y fuerza; pureza corporal y espiritual.

 

Pino

 

Es el símbolo por excelencia de la inmortalidad acunada en su perenne follaje y en su incorruptible resina. Con guirnaldas de pino iban coronados los faunos, así como las vírgenes griegas (las piñas sin abrir simbolizaban la virginidad). El pino estaba consagrado al vitalista Dioniso o a la fecunda Cibeles vagando por el mundo mítico/religioso agrario como imagen de las estaciones. De hecho, Cibeles se refugió bajo un pino cuando su amado Atis murió (por eso los piñones son llamados «frutos de Cibeles»). Los antiguos asirios ofrecían piñas a su dios conservador de la vida, aunque también estaba presente en las ceremonias funerarias cantando a la inmortalidad del alma (como el ciprés y el abeto). En China representa la longevidad asociada en armoniosa tríada al hongo y a la grulla; o al bambú y al ciruelo. En Japón, la potencia vital; buen augurio y símbolo de toda espera esperanzada, confiada. Entre los taoístas, sus «inmortales» tienen el brillo del oro por comer semillas y resina de pino que los hace ligeros y voladores.

El pino ha sido tenido también como símbolo de la independencia con todo lo que esto implica, sin olvidar un cierto halo de arrogancia. Entre tantos cánticos poéticos dedicados al pino, aquí queremos dejar constancia de aquel imperecedero «Pino de Formentor» de M. Costa y Llobera, y que transcribimos en su versión castellana. Véase Obres completes, edit. Selecta, Barcelona 1947, p.17s. en mallorquín; vers. primera en p. 274s; en castellano, p.730. Para toda la historia del cántico, Bartolomé Torres Gost, Miguel Costa y Llobera (1854-1922). Itinerario espiritual de un poeta, ed. Balmes, Barcelona 1971, pp.48-60, y las observaciones técnicas en pp. 593-597:

 

Hay es mi tierra un árbol que el corazón venera:

de cedro es su ramaje, de césped su verdor;

anida entre sus hojas perenne primavera,

y arrostra los turbiones que azotan la ribera,

añoso luchador.

 

No asoma por sus ramos la flor enamorada,

no va la fuentecilla sus plantas a besar;

mas báñase en aromas su frente consagrada,

y tiene por terreno la costa acantilada,

por fuente el hondo mar.

 

Al ver sobre las olas rayar la luz divina,

no escucha débil trino que al hombre da placer;

el grito oye salvaje del águila marina,

siente el ala enorme que el vendaval domina

 su copa estremecer.

 

Del limo de la tierra no toma vil sustento;

retuerce sus raíces en duro peñascal.

Bebe rocío y lluvias, radiosa luz y viento;

y cual viejo profeta recibe el alimento

de efluvio celestial.

 

¡Árbol sublime! Enseña de vida que adivino

la inmensidad augusta domina por doquier.

Si dura le es la tierra, celeste su destino

le encanta, y aun le sirven el trueno y torbellino

de gloria y de placer.

   

¡Oh! sí: que cuando libres asaltan la ribera

los vientos y las olas con hórrido fragor,

entonces ríe y canta con la borrasca fiera,

y sobre rotas nubes la augusta cabellera

sacude triunfador.

 

¡Árbol, tu suerte envidio! Sobre la tierra impura

de un ideal sagrado la cifra en ti he de ver.

Luchar, vencer constante, mirar desde la altura,

vivir y alimentarse de cielo y de luz pura...

¡Oh vida, oh noble ser!

 

¡Arriba, oh alma fuerte! Desdeña el lodo inmundo,

y en las austeras cumbres arraiga con afán.

Verás al pie estrellarse las olas de este mundo,

y libres como alciones sobre ese mar profundo

tus cantos volarán.

© León Deneb