6. ARMAS

 

Las armas son acompañantes del miedo. Hay armas materiales; también, espirituales. Unas y otras cumplen su función en el combate. Las armas materiales sirven para destruir al enemigo; las espirituales, para vencer y dominar al enemigo interior. Los sabios, orientadores de la vida, siempre han sabido cuáles eran las armas espirituales a usar. Pero de ellas no nos ocupamos aquí.

Las armas materiales, vistas por unos como de ataque y por otros como de defensa, son símbolos del dominio y del poder. Aunque también lo pueden ser de la justicia. En heráldica, es fácil encontrar un escudo de armas con la palabra «vanitas» que significa: las armas son inútiles para proteger al hombre de la muerte que a todos llega.

Toda arma es símbolo de una pretensión, de una obsesión. En la mitología, los dioses daban armas, siempre poderosas, a sus héroes. La eficacia de las armas depende de la fortaleza y destreza de quien las usa. De ahí que su simbolismo esté vinculado a la realidad interior del que las maneja. Un anciano guerrero no sirve para usar eficazmente la espada; y un joven inexperto deja en nada la certera flecha. Las armas, que algunos vinculan, según el tipo, al aire, a la tierra, al agua, al fuego o a la psique, aparecen en los sueños como símbolos de alguna tara en el profundo y dormido yo. Algunos las vinculan a conflictos interiores sexuales, generalmente asociados a una tensión que exige lucha y victoria o derrota.

A todo guerrero se le atribuye también la armadura que, más que un revestimiento, es una prolongación de sí mismo. No es necesario que el guerrero lleve una armadura como la de Agamenón, descrita por Homero; ni que sus armas sean como las de Aquiles, Perseo o Teseo; pero sí requerirá siempre saber que enfrente tiene a otro guerrero con las mismas pretensiones. El combate lo dilucidarán no las armas, sino su uso. Zeus tenía su égida terrorífica que donó a Apolo y luego a Atenea.

Además de su relación con la guerra, las armas están asociadas a la caza. Dejando a un lado el aspecto lúdico y de entretenimiento al que ha quedado reducido, al menos en Occidente, la caza fue una necesidad de subsistencia. Como actividad, se revistió de simbolismo. Perseguir la pieza era la búsqueda de un mundo espiritual por medio del rastreo de huellas y olores. Tanto es así que, en algunas culturas, sólo se admitía la caza para sacrificios rituales. Incluso se pensaba que matar animales era cooperar al restablecimiento del orden cósmico, pues lo animales eran bestias: reflejos de los poderes demoníacos. En Egipto, por ejemplo, los expertos cazadores del hipopótamo, encarnación del malvado dios Seth, eran tenidos por seres sagrados. En Roma, la significación del mal estaba en el león, cuya caza era un privilegio del emperador. En el Islam, la caza era una deshonra para el creyente peregrino en pos de la plenitud. Para los indios de América, ir de caza, además de una necesidad, era ir en busca del Gran Espíritu.

El cazador a veces imita a la pieza, engañándola identificándose con ella. En el mundo de los dioses, Dioniso encontraba un extraordinario placer en la caza; mientras que Ártemis sólo cazaba monstruos y seres demoníacos. Como en casi todas las acciones, un extraño mundo de símbolos se esconde bajo el ropaje de lo evidente, transportando al hombre hacia otras metas reservadas para el espíritu.

Veamos algunas armas que conocieron quienes hicieron de la guerra un modo de vivir, o de la caza una necesidad de subsistencia.

 

Arco/flecha

 

El arco, como arma, es un constante elemento en todas las civilizaciones y culturas, cuyo rico simbolismo culmina en el destino de los hombres vigilados por los dioses. Así, Anubis, el dios egipcio con cabeza de chacal, tensa el arco para apuntar al destino de cada hombre mientras observa lo que éste hace con su libertad. Yahvé, el dios de los judíos, rompe los arcos de los enemigos de su pueblo, pues Él es el único poderoso señor. Igual hacía Apolo.

El arco es símbolo de conquista, generalmente en el mundo de los deseos y las luchas interiores. Es un emblema real y símbolo del experto guerrero. Todo guerrero, destruyendo a los enemigos, restablece la armonía, el orden.

Inseparable del arco es la flecha, que aparece como un rayo capaz de introducirse en la oscuridad disipándola; por eso es símbolo del conocimiento tanto en la antigua China y Japón como entre los indios de América. Cuando es lanzada, su fuerza y dirección, así como su rehilar, simboliza el ascenso, la superación, la decisión, el sí, la identificación con el destino que puede ser tanto la plenitud vital como la muerte. Pero hay que tener presente que su simbolismo está totalmente vinculado al arquero. Por eso, siempre han sido dioses los mejores y perfectos arqueros, como Apolo o Diana.

Los adivinos han acudido con frecuencia a la belomancia o uso de las flechas para descifrar el destino. Sus flechas eran doradas, rojas, blancas. Algunas, mentirosas; otras, sin regreso. Cupido llevaba sus pequeñas flechas para llegar al corazón. En el corazón reside la verdad; y ésta es el destino y la altura, la velocidad y la dirección.

 

Escudo

 

El escudo es protección. A lo largo de los tiempos, han sido diversas sus formas así como los materiales para su fabricación. Recorrer el mundo de la mitología enriquece la comprensión de cómo el escudo, adornado con muchos símbolos del universo, era el enfrentamiento de un sinfín de realidades contra el enemigo. Esto es lo que da a entender el asombroso escudo que Hefesto fabrica para Aquiles en el Canto XVIII de La Ilíada de Homero. Quien golpeaba el escudo era como si estuviera atacando a todo lo que en él estaba representado, haciendo que las fuerzas atacadas se unieran infundiendo más valor e inteligencia en el guerrero.

En un principio, parece ser que el escudo era redondo, asemejándolo a la rueda, símbolo cósmico. Después, el escudo —broquel, adarga o pavés, oblongo o cuadrado— representó, además de la defensa, virtudes como la fortaleza para el luchador, o la castidad para no sucumbir al demonio meridiano.

 

Espada

 

La espada simboliza el poder; pero éste puede ser destructor o constructor. Por eso la espada está asociada a la muerte y a la justicia. A la muerte por anular la vida; a la justicia por restablecer el orden.

La espada era un símbolo real, muchas veces vinculado a la guerra que el espíritu mantiene con enemigos espirituales como la ignorancia. Espadas de fuego llevan los querubines que expulsan a Adán y Eva del Edén, como de fuego era la espada de los filósofos para los alquimistas; de fuego es la espada de Vishnú que destruye la ignorancia e implora el conocimiento; de fuego en forma de rayo son las espadas que se transforman en dragones o que, plantadas, hacen brotar fuentes, se lee en algunas leyendas chinas; de fuego, simbolizando la palabra creadora, Cristo, es la espada de la tradición cristiana. En la cima de una montaña está clavada la espada para simbolizar el centro productor del mundo, dicen los escitas; pero también es símbolo de poder mortífero, vinculado a la fuerza del sol, recorriendo las gestas de los caballeros medievales y de los Cruzados.

Puntiaguda y de doble filo, penetrante y diseccionadora, era la espada española adoptada por los romanos para sustituir a la gala, y cuya imagen sirvió para que san Pablo dijera que la Palabra de Dios es como una espada de doble filo que separa hueso y médula en el espíritu del hombre; una espada afilada es la Palabra del Cristo según el Apocalipsis (19,15).

La espada fue un elemento esencial, casi un vestido. Algunas fueron tan famosas como los que las empuñaban. Durindana se llamaba la de Rolando, aunque no impidió que éste fuera vencido y matado en Roncesvalles por Bernardo de Carpio; Escalibur era el nombre mágico de la del rey Arturo; Joyosa, la de Carlomagno; Balmunga, la de Sigfrido. Y Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, tenía en gran estima su Tizona, arrebatada al castellano Mudarra, y su Colada, ganada en buena lid a Ramón II el Fratricida, quien, a su vez, la había ganado al conde Berenguer.

El Renacimiento se emborrachó del simbolismo de la espada, representando tanto la violencia como la justicia, tanto la guerra como la victoria, tanto la filosofía como la fama.

La espada está asociada al fuego (la llama): purificación. De oro es Crysaor, la mítica espada griega, símbolo de la espiritualización. La espada no suele tener casi nunca un sentido simbólico destructivo, aunque, en nuestro lenguaje, solemos decir que alguien tiene la «lengua afilada» para indicar su «palabra hiriente». [En inglés, palabra es word; y espada, sword. ¿Raíz común?]

En el mundo de los sueños, la espada aparece como un símbolo fálico, pero no necesariamente sexual. Su presencia es símbolo de férrea voluntad, casi nunca de violencia, representando soluciones rápidas y definitivas a situaciones problemáticas. Posiblemente, bajo esta interpretación se esconda la errónea visión del famoso nudo gordiano. Cuando un oráculo dijo que quien fuera capaz de desatar el nudo con el que Gordias, rey de Frigia, tenía atada a su carro una lanza, conquistaría Asia, Alejandro Magno cogió su espada y cortó el nudo. En efecto, conquistó Asia pero pronto la perdió. Soluciones como la de Alejandro Magno son efímeras y los problemas vuelven a aparecer.

La espada corta el tiempo y entra en el pasado y en el futuro recorriendo, con su simbolismo, el arte, las miniaturas de los códices, las leyendas y gestas de guerreros de todos los tiempos. Pero más que arma y adorno, es su simbolismo el que permanece para ver que no hay mayor poder que aquel que es capaz de dominar todo lo que impide conseguir la sabiduría que todo lo comprende.

 

Lanza

 

La lanza, cuya imagen va asociada al eje del mundo, es símbolo guerrero y de poder. Así, en el África negra. En Grecia, la lanza era atributo de Atenea, como en Roma lo era de Minerva: símbolo guerrero. Entre los romanos solía otorgarse como reconocimiento una lanza a los guerreros valerosos, si bien no conllevaba ningún signo de autoridad.

Como eje del mundo, su actividad es celeste: esencia creadora y restauradora. Este simbolismo se esconde en la lanza de Aquiles, en los rituales célticos y caballerescos, en los buscadores del Santo Grial, en el signo de aceptación del paso de un joven a adulto. También tiene la lanza su simbolismo sexual, precisamente por su primigenio poder creador.

 

Látigo

 

El látigo es el instrumento de la flagelación. Como tal, es símbolo de castigo para restablecer el orden perdido. La flagelación era un castigo muy severo, reservado para los esclavos; aunque también ha habido flagelaciones rituales como sustitutos del sacrificio, o para alejar los malos espíritus.

En la tradición cristiana, el látigo representa la mortificación y súplica de perdón por los pecados o para ahuyentar las tentaciones: signo de terror y símbolo de la justicia. A veces, ha ido asociado al rayo para quienes éste era preludio de lluvia; así entre los bambara. Los seres monstruosos de las oscuridades eran dominados con el látigo de Hécate, al igual que los malhechores lo eran por el de las Erínias. En Egipto, era atributo de Min, el dios del viento, y los faraones lo usaban como símbolo de poder. Los romanos lo colgaban de sus carros como señal de triunfo.

Volver a la armonía haciendo justicia en todos los órdenes es el simbolismo primordial del látigo.

 

Maza

 

La maza, arma bruta, es símbolo de fuerza: destruye; por aniquilar el mal, restituye el orden. Asociada a la fuerza material, es atributo de Heracles, aunque también de Teseo por habérsela quitado a Perifetes, el salteador de caminos, que se apoyaba en una maza (muleta) pues tenía débiles las piernas. También aparece en leyendas célticas, como la maza de Dagda, un arma que mataba de un golpe y resucitaba de otro. Es el poder dominador y tirano. Como fuerza espiritual, el dios Vishnú la asocia a la sabiduría; también se la relaciona con el tiempo que acaba con todo.

En el mundo de los sueños, la maza simboliza la autorrealización así como la necesidad de restablecer la armonía interior perdida.

 

© León Deneb